Georgina Aguillón del Real

Licenciada en psicología. Maestra en teoría psicoanalítica. Docente en diversas universidades públicas y privadas

En 1487, dos inquisidores dominicos, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, publicaron el Malleus Maleficarum, un tratado que pretendía ser la guía definitiva para identificar, interrogar y juzgar a las brujas. Lo que comenzó como un texto teológico y jurídico pronto se convirtió en un manual de persecución masiva, legitimando torturas y ejecuciones bajo el pretexto de preservar el orden moral y espiritual. Aunque parezca una reliquia supersticiosa del pasado, el Malleus Maleficarum guarda sorprendentes paralelismos con dilemas contemporáneos de la psicología forense. Ambos campos —el inquisitorial y el forense— se ocupan del análisis del comportamiento humano en contextos judiciales, y ambos enfrentan el mismo desafío central: discernir la verdad en medio del trauma, el miedo y la sugestión.

El Malleus no solo construyó un imaginario de la bruja como mujer débil, lasciva y fácilmente corrompible por el demonio; también instauró un modelo de interpretación psicológica primitiva. La confesión era la meta, pero la manera de alcanzarla pasaba por forzar la narrativa deseada. El inquisidor no investigaba; confirmaba. Esta lógica sigue viva, de manera más sofisticada, en ciertos usos indebidos de la psicología forense, donde peritos pueden ser presionados —o autoconvencerse— para que sus informes validen hipótesis preestablecidas por la fiscalía o la defensa.

En ambos casos, se trata de construir una verdad que sirva a una causa. La psicología forense, por ética, debe evitar esta trampa. Pero la sombra del Malleus nos recuerda que incluso las disciplinas más racionales pueden caer en el error de proyectar monstruos donde solo hay vulnerabilidad.

Uno de los aportes más inquietantes del Malleus Maleficarum es su insistencia en que negar la existencia de brujas es, en sí, herético. Esta lógica binaria —o estás conmigo o contra mí— impide cualquier disidencia. Curiosamente, algo similar puede observarse en procesos judiciales donde se patologiza al acusado para desacreditar su defensa, o al testigo para deslegitimar su testimonio. La psicología forense moderna debe luchar contra esta tendencia: evaluar la salud mental de alguien no puede usarse como argumento para invalidar su humanidad o su palabra.

El paralelismo se hace más fuerte si consideramos cómo el Malleus anticipa ciertos usos perversos de los diagnósticos psiquiátricos. El texto presenta a la bruja como alguien cuya alma está comprometida con el mal, una especie de psicopatología moral irreparable. Hoy sabemos que muchos trastornos mentales son tratados —o al menos comprendidos— sin recurrir a estigmas. Sin embargo, aún existe la tentación de reducir comportamientos complejos a etiquetas diagnósticas que despojan a las personas de su contexto y su historia.

Aquí la psicología forense tiene un reto ético crucial: no repetir el error inquisitorial de forzar significados donde tal vez solo hay dolor. La memoria traumática, por ejemplo, no funciona de forma lineal ni confiable. Las víctimas pueden recordar fragmentos, distorsionar tiempos, dudar de detalles. El testimonio no es una fotografía: es una narración atravesada por el inconsciente, por el miedo, por el deseo de ser creído. Y eso no lo invalida.

El Malleus Maleficarum fue tanto un instrumento jurídico como una puesta en escena del poder. En sus juicios, no se buscaba la verdad: se escenificaba una lucha entre el bien y el mal. Algo similar puede ocurrir hoy cuando los tribunales convierten el juicio en espectáculo, y el rol del psicólogo forense se ve atrapado entre expectativas mediáticas, políticas o institucionales.

Frente a esto, la psicología forense debe reivindicar su dimensión clínica, ética y humana. El juicio no es solo un escenario para aplicar conocimientos técnicos, sino un espacio donde se juega el destino subjetivo de personas reales. Recordar el Malleus nos sirve como advertencia: cuando la ciencia se somete al dogma, se convierte en herramienta de persecución.

El Malleus Maleficarum es, en muchos sentidos, un espejo oscuro de la psicología forense. Nos muestra lo que ocurre cuando la interpretación del alma humana se desvincula de la empatía y se somete a intereses de poder. Hoy, más de cinco siglos después, quienes practican la psicología forense tienen la responsabilidad de evitar esos errores. No se trata de cazar brujas, sino de escuchar a seres humanos. Y eso exige, más que certezas, una ética del cuidado y la duda.

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