Zain Hamat Flores Cervantes

Coordinador General del Centro de Capacitación Integral en Materia de Seguridad CIMS. Abogado de profesión, con amplia trayectoria en materia de seguridad, desempeñó importantes funciones de cooperación policial internacional, búsqueda y detención de fugitivos de la justicia extranjera.

 

El amparo se erige como un mecanismo judicial extraordinario mediante el cual el gobernado activa el control de la Constitución frente a actos de autoridad que vulnere sus garantías constitucionales. Se trata de una herramienta que, además de salvaguardar a los gobernados frente a detenciones arbitrarias o procedimientos indebidos, obliga a la autoridad a actuar dentro de los límites de la ley. Así, el amparo no es únicamente una vía de defensa para quien se siente agraviado, sino también un recordatorio constante de que el poder del Estado solo tiene sentido cuando se ejerce con legalidad.

En la calle, un policía decide en segundos lo que un juez revisará durante semanas. Esa delgada línea entre actuar conforme a la ley o vulnerar derechos humanos puede marcar la diferencia entre una detención válida o una libertad inmediata obtenida por amparo. En esa línea no solo se juega el destino de un procedimiento, también la credibilidad de toda una institución policial.

Por eso, cada acción debe estar regida por el respeto a los derechos humanos. Cuando se exceden las facultades legales, el amparo penal aparece como un freno que protege al ciudadano y obliga a la autoridad a corregir el rumbo. Comprender esta relación no es un ejercicio académico; es una exigencia práctica. La diferencia entre un trabajo policial que se sostiene en tribunales y otro que se derrumba bajo el escrutinio de un juez está en la forma de actuar en la calle.

La función policial es clave para garantizar la seguridad y el orden, pero no basta con buenas intenciones. En actuaciones como la detención en flagrancia, el aseguramiento de evidencias o el cumplimiento de órdenes judiciales, cada paso cuenta. Basta una omisión para que todo se pierda. Una detención arbitraria, un uso excesivo de la fuerza o no informar al detenido sobre el motivo de su arresto puede provocar un desenlace devastador: la nulidad de todo el procedimiento.

Ahí radica el valor del amparo, como un medio de control indispensable que equilibra el poder del Estado. Cada actuación policial que contravenga la ley puede ser impugnada ante un juez y, si la irregularidad se acredita, la consecuencia es inapelable derivando en corrección de actos, nulidad de procedimientos o liberación inmediata. Lo que para el policía pudo parecer un detalle menor se convierte, en tribunales, en el punto de quiebre de un caso entero.

Ahora bien, el amparo no debe entenderse como un obstáculo para la labor policial, sino como un reflejo de su calidad. Si las actuaciones son firmes, documentadas y respetuosas de los derechos humanos, el amparo no representa un riesgo, sino un respaldo. Por el contrario, cuando se improvisa, se atropellan protocolos o se olvida que el poder está sujeto a la ley, el amparo desenmascara la debilidad del procedimiento.

Piense en un escenario realista: un policía detiene a una persona sin flagrancia clara ni orden judicial. El detenido promueve un amparo. El juez analiza el caso, acredita que se vulneraron derechos humanos y ordena la nulidad de las actuaciones. Con una sola resolución, todo el esfuerzo policial queda anulado. La lección es directa: documentar, respetar protocolos y garantizar derechos humanos no es un formalismo, es la única forma de blindar el trabajo policial frente al control judicial.

Visto así, el amparo no es un enemigo del uniforme. Al contrario, es una oportunidad para elevar el estándar de la función policial. Obliga a la capacitación constante, a la disciplina en el servicio y al compromiso con la legalidad. El policía que actúa dentro del marco jurídico encuentra en el amparo una garantía adicional: la seguridad de que su trabajo resistirá cualquier revisión.

La función policial no alcanza su punto más alto con la detención. Su verdadero valor se mide cuando la actuación se mantiene firme ante la ley y respetuosa de los derechos humanos. Solo entonces se protege al ciudadano, se fortalece a la institución y se asegura que el esfuerzo policial no sea revertido por un juez.

El amparo penal no es una traba; es un recordatorio de que la fuerza pública solo tiene sentido cuando está sometida a la ley. El policía que actúa fuera del marco jurídico no compromete únicamente un caso: compromete la credibilidad de toda la corporación. Por eso, cada intervención debería partir de una pregunta simple pero decisiva: ¿mi actuación resistiría el escrutinio de un juez de amparo? Si la respuesta es afirmativa, entonces la labor policial habrá cumplido su verdadera misión: hacer justicia sin violentar los derechos humanos.

Finalmente, es importante subrayar que el amparo no solo beneficia a la sociedad. También puede convertirse en un recurso de protección para la propia policía, especialmente en casos donde sus actuaciones son objeto de sanción o cuestionamiento. Cuando un agente ha cumplido con su deber dentro de los márgenes de la ley, el amparo es la vía para demostrarlo y evitar consecuencias injustas. En ese sentido, el amparo penal es más que un límite al poder: es un escudo legítimo que respalda a la autoridad cuando su actuar se ha conducido con respeto a los derechos humanos y apego a la legalidad, lo que hace imperante mantenerlo vigente en nuestro Estado de Derecho, evitando la presencia de reformas que lo mancillen o limiten y nos dejen al desamparo en el actuar de malos servidores públicos.

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